Por Alina Diaconú

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Alguna vez leí que comparaban el Siglo de Oro de Pericles con la Literatura rusa del siglo XIX (Dostoyevski, Tolstoi, Gogol, Turgueniev, etc).

Alguna vez también me pregunté: ¿se puede ser un buen escritor sin haber leído a Fiódor Dostoyevski?

Su vida fue una suerte de tránsito por varios infiernos: ingeniero de profesión, era asmático, epiléptico, jugador empedernido (perdió así hasta el último centavo); conspiró contra el Zar, lo encarcelaron, hizo trabajos forzados en Siberia, estuvo a punto de ser fusilado.

Casado dos veces, tuvo cuatro hijos; la primera, Sofia, murió a los tres meses de vida. El destino quiso que en el 2018, una amiga rumano-suiza me acompañase a ponerle una flor a la tumba de Borges, en el Cementerio de los Reyes, “Plainpalais” de Ginebra. ¿Qué descubro cerca de donde me encuentro? ¡La lápida de Sofía, la bebita de Dostoyevski, fallecida en 1868!  ¿Cómo llegó allí?..Sorprendida, saqué una foto.

Por sus propias dolencias y sus problemas financieros, Dostoyevski murió a la edad de 59 años después de dejar, además de notables cuentos, sus obras más paradigmáticas: Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, El Idiota, Los demonios, El Jugador, Memorias del subsuelo.

Lector de Platón, Walter Scott, Shakespeare, Victor Hugo, no sólo deslumbró a sus lectores sino que fue y sigue siendo un faro para escritores y pensadores de todas partes.

Einstein lo colocó por encima de los más grandes científicos. Freud escribió “Dostoievski y el parricidio”, analizando allí su infancia y su relación con el padre.

James Joyce lo consideró “el hombre que más ha hecho por la creación de la prosa moderna” y cuentan que, embelesado, Kafka solía leerle a Max Brod fragmentos de la obra de Dostoyevski.

A su vez, Nietzsche, lo admiraba. “¿Conoces a Dostoievski?- escribió-. Excepto Stendhal, nadie ha sido una sorpresa tan grata para mí y nadie me ha producido tanto placer. Es un psicólogo con el que tengo muchas afinidades”.

Sartre tampoco pudo eludir su influencia y admitió que una frase del escritor ruso fue el puntapié del Existencialismo. La frase era: “Sin Dios, todo está permitido”.

A Cioran le gustaba mucho. Dostoyevski, cosa curiosa en un aforista como él, tan crítico de la novela. A las risotadas, despotricaba contra “esa cosa progresiva, dilatada” (la novela), en comparación con un Shakespeare, donde la tragedia ya estaba allí, en cuanto se levantaba el telón. Sin embargo, Cioran reconocía que las obras más importantes que había leído  habían sido novelas, empezando por El Quijote.

Muchos escritores amaron a Dostoyevski. Virginia Woolf se preguntaba si valía la pena leer a otro escritor. “Dostoyevskianos” fueron desde Albert Camus a Hemingway, desde García Márquez a Murakami, desde Arlt a Sabato.

El Premio Nobel Orhan Pamuk es otro de sus devotos. Dijo: “Es como si me susurrara al oído cosas privadas sobre la humanidad que nadie más sabía (…) Descubrir a Dostoyevski es como descubrir el amor o el mar por primera vez, marca un momento importante en la vida”.

Salvo excepciones, Borges tampoco amaba la novela como género. Fue muy crítico al afirmar que la obra de Fiódor era “siempre compleja y no pocas veces, confusa”. Mordaz, añadió: “Una vida laboriosa llevó Dostoievski: sus avatares sucesivos de cadete, de subteniente, de colaborador de revistas ilustradas, de lector asombrado de Fourier, de condenado a muerte, de presidiario, de soldado raso, de suboficial, de novelista, de jugador, de deudor fugitivo, de editor de un periódico, de imperialista, de eslavófilo y de epiléptico”.

Tragedia y esperanza

Sin tanto sufrimiento en su propia historia, ¿hubiese sido Dostoyevski  el gran conocedor de la condición humana que fue? -me pregunto-.

En su libro Tolstoi o Dostoyevski, George Steiner analiza dos tendencias que son tradicionales en la literatura: la épica y la visión trágica del mundo. En la primera, estarían desde Homero hasta Tolstoi, en la otra desde Edipo Rey, El Rey Lear o Los hermanos Karamazov. Estas visiones opuestas sirven “para que, hurgando entre las obras maestras, pueda entenderse la esencia de la novela”.

Para mí, Stefan Zweig definió a Dostoievski como nadie: “El mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos”.

Volviendo a nuestros días, en esta época bizarra, estragada por esta peste mundial, por la incertidumbre y el temor, varias veces me rescató del pesimismo una reflexión de Dostoyevski justamente: “La belleza salvará al mundo”.

Confío en esta idea… y confiaré. Quizá sea el gran aliciente para todos los que amamos el Arte, la Cultura y la Naturaleza. Una esperanzada profecía que nos dejó ese enorme escritor ruso, sociólogo, psicólogo, filósofo -sin saberlo- y, sobre todo, una mente iluminada.

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Alina Diaconú -  Escritora. Y seremos como Dioses, ilustrado por Guillermo Roux, es su último libro.